Inteligencia Emocional: ¿Control o gestión de nuestras emociones?
Cuando pregunto en mis talleres a qué suena el término ‘Inteligencia Emocional’, suelo escuchar: ‘a controlar las emociones’. Si bien el término ‘controlar’ nada tiene que ver con la Inteligencia Emocional, podemos adivinar en esta definición el concepto tradicional con que Salovey y Mayer acuñaron el término ‘Inteligencia Emocional’ en 1990: «La capacidad para supervisar los sentimientos y las emociones de uno/a mismo/a y de los demás, de discriminar entre ellas y de usar esta información para la orientación de la acción y del pensamiento propios».
Podemos plantearnos si nuestro cuerpo es una estructura perfecta o si, por el contrario, es una maquinaria llena de imperfecciones. Sin embargo, si centramos nuestra atención en nuestro rostro y nos planteamos qué vello aún mantenemos en común en la cara hombres y mujeres, después de millones de años de evolución humana, nos encontraremos con nuestras cejas. Las cejas mantienen el propósito de derivar cualquier gota de sudor que se origine en nuestra frente y evitar así que pueda entrar en nuestros ojos. Y si nuestro ojo percibe un mosquito que se está acercando, nuestro cuerpo generará una respuesta automática y los ojos se cerrarán para evitar su entrada. Pero si finalmente el mosquito entra, las glándulas lagrimales se pondrán en marcha para expulsar el mosquito de nuestro ojo. Puede resultarnos fácil entender que al fin y al cabo en nuestro cuerpo, como ocurre con los ojos, todo tiene un propósito. De hecho, recuerdo escuchar de algún maestro de mi educación primaria que eran las amígdalas y el apéndice las únicas partes que no se había descubierto aún su propósito; por eso ambas se extirpaban sin objeción ninguna. Hoy hay estudios científicos que consideran que ambas tienen una función inmune.
De la misma manera, las emociones son el resultado de distintos principios químicos que diferentes glándulas producen en nuestro cuerpo. Tienen un propósito favorable para nosotros y es de personas emocionalmente inteligentes saber escucharlas y tomar acción en consecuencia. Sin embargo , ¿a quién le gusta sentir miedo, enfado, asco o tristeza? Quizá las únicas emociones básicas que nos resulten fácil de aceptar sean la sorpresa y, ¡ojo con qué sorpresa!, y la alegría…
Vamos a usar como ejemplo el enfado. En el caso del enfado nuestro sistema límbico genera que adoptemos respuestas enérgicas en contra de lo que consideramos una invasión. ¿Quién no es capaz de hacer cosas cuando está enfadado que no es capaz de hacer en estado normal? Esto nos apoya a poner límites, a decir ‘no’. Una pauta para una vida emocionalmente saludable puede ser usar esta emoción cuando está en estado incipiente, cuando se usa para lo que ha sido creada. Sin embargo, puede ser que nuestra falta de asertividad o alguna creencia personal o social nos gane la batalla, ahí es donde comienza la dificultad emocional, cuando la emoción da paso a una carga emocional.
Imaginemos que nos llama un amigo una noche de invierno y nos propone que vayamos al cine. En realidad lo que nos apetece es quedarnos en casa y para que podamos decir que no, nuestro cuerpo genera una pequeña dosis de enfado. Sin embargo, pensamos que quizá nuestro amigo tiene algún problema así que obviamos la información que nuestro cuerpo nos está dando y quedamos con él. Llegamos a nuestro punto de encuentro de manera puntual y nuestro amigo no está. Otra pequeña dosis se genera, y ya van dos. Cuando nuestro amigo llega se disculpa así que en lugar de expresarle nuestra necesidad, sonreímos y decimos: ‘no pasa nada’. En el camino sacamos un paquete de chicles y, sin mediar palabra, nuestro querido amigo invade nuestro espacio de seguridad y mete la mano en los chicles y coge uno. Da lugar a una tercera dosis de enfado. Finalmente la película que querías ver no está en el cine al que habéis ido, alguien no puso atención a la hora de mirar la referencia, y llega una cuarta dosis de enfado. Imagina una quinta, una sexta, una octava hasta que finalmente, y ante el evento más insignificante…¡Boom! Llegó la carga emocional. ¿Qué hubiera pasado si hubiéramos escuchado nuestra emoción en la primera dosis? ¿Cómo hubiera cambiado la historia? ¿Quiénes hubieran ganado en esa elección?
Esta área de la Inteligencia Emocional, entendida como gestión emocional, lo que nos propone es que seamos capaces de escuchar nuestra emoción, aprendamos a hacerlo lo antes posible, cuando apenas es una pequeña carga de energía. Recojamos el mensaje que nuestra emoción nos está dando y, con ella, ser diestros a la hora de elegir una respuesta que sea coherente con lo que nos va a hacer verdaderamente felices.
Alberto Ortega Cámara