“LA VACA” – VIVIR VS. SOBREVIVIR
Un día, el maestro reunió a su discípulo y le pidió que preparara el viaje. Ambos hicieron el equipaje y comenzaron su andadura. El discípulo esperaba ansioso el momento en que su maestro le propusiera la prueba final. Un día, llegaron a una pequeña casa perdida en mitad de la nada. Era una casa vieja y ajada, una luz tenue salía por las raídas ventanas. El sabio llamó a la puerta y salió una pareja que, por sus ropas, parecía bastante humilde. Pidieron cobijo durante la noche, a lo que la pareja accedió amablemente y acompañó con una sopa aguada pero caliente, todo lo que tenían para esa noche. Durante la cena la pareja les explicó que podían sobrevivir a duras penas gracias a una vaca que les daba un poco de leche.
En mitad de la noche el maestro despertó al discípulo y le dijo: “ha llegado el momento”. Se acercaron al establo, el maestro sacó un cuchillo, lo puso en manos del alumno y le dijo: “mata la vaca”. El discípulo se estremeció ante la petición del maestro. Había imaginado infinidad de veces la forma que tendría la prueba a superar pero ni en sus peores pensamientos se podía haber imaginado una prueba tan cruel. Por unos instantes desconfió de su maestro y estuvo a punto de abandonar, sin embargo eligió confiar y así lo hizo.
Durante los dos años posteriores, ya de vuelta en su aldea, el discípulo experimentó cantidad de sentimientos, todos guiados por los pensamientos que rondaban su cabeza: culpa, miedo, desconfianza… y tuvo que hacer grandes esfuerzos para mantenerse firme en su propósito. Un día, el maestro pidió de nuevo a su discípulo que se preparara para emprender de nuevo un viaje y eso hicieron. El discípulo se dio cuenta de que era el mismo camino que habían tomado hacía unos años atrás en dirección a aquella pequeña y humilde casa. Así fue y según se acercaban a aquel lugar el discípulo se temía lo peor: aquella familia habría tenido que huir… quién sabe dónde andarían ahora… qué penurias estarían experimentando… incluso ¡podrían haber muerto de hambre!… A apenas unos metros de la casa se dio cuenta de que había grandes cambios sobre ella: el tejado estaba recubierto de rosadas tejas nuevas, la pared estaba encalada y las puertas y ventanas enmarcadas con madera nueva. “Los nuevos propietarios parecen ser más afortunados que los anteriores”, pensó el discípulo.
Llamaron a la puerta y, para su sorpresa, la abrió la misma mujer que lo hizo hacía unos años. La mujer, sin darse cuenta de que eran los mismos que años atrás habían matado lo único que les daba de comer, les dio cobijo y carne para cenar. Durante la cena la pareja relató cómo hacía un tiempo unos desalmados, como ingrata respuesta a que les habían ofrecido todo lo que tenían, habían matado a su vaca. Eso les había obligado a recolectar semillas entre los vecinos de toda la comarca para poder sembrar el huerto que hasta entonces tenían medio abandonado. Esa primera cosecha les permitió comprar unas gallinas que les daban huevos y con los que pudieron comprar una cabra, cuya leche usaron para preparar quesos, que vendieron y les permitió comprar un par de vacas…
Lo que ellos entendieron como el final de sus días se había convertido en el comienzo de una era de abundancia y prosperidad.