¿SOMOS NUESTROS RESULTADOS?
Robert Dilts, viene a decirnos que nuestra personalidad es como un iceberg. Como todos sabemos estos inmensos trozos de hielo que se desprenden de los glaciares y se dejan arrastrar por la corriente, suponen un peligro para la navegación. Apenas muestran un pequeño porcentaje de su totalidad y puede ser que reten la ingenuidad de capitanes desprevenidos, quienes viendo un pequeño trozo de hielo sobre la superficie, olviden la gran masa de agua congelada que se esconde bajo el nivel del mar y que, en caso de colisión, provocaría un gran accidente y un triste desenlace para sus pasajeros y tripulantes… De esta misma manera, de la totalidad de nuestra personalidad nosotros apenas mostramos entre el 7 y el 10 por ciento que corresponde, siguiendo la pirámide neurológica de Dilts, a nuestras conductas, a nuestros resultados.
Quizá pienses que eres una persona amable, o triste, o tal vez consideres que eres una persona impuntual, insegura, agresiva o mental… ¿Cómo consideras que eres?… Lo relevante de esta pregunta no es la pregunta en sí, o sus posibles respuestas, sino si has llegado a hacerte consciente de cuál es el verbo que he utilizado… ¡El verbo SER! Ése mismo que utilizas para identificarte… Entonces, de la misma manera que ERES Manuel o María… ¿eres inseguro, indisciplinada, individualista o cobarde?… Puede ser que te hayas identificado con tu conducta y estés cometiendo el mismo error que el timonel del Titanic y, si es así, quizá lo estés cometiendo no sólo contigo mismo sino con la gente que te rodea, a la que has llegado a etiquetar y difícilmente estés dando la posibilidad a que las cosas sean distintas.
Efectivamente llevas tantos años pensando eso de ti y buscando evidencias de que llevas razón que, probablemente eso, y exclusivamente eso, sea lo que muestras. De la misma manera es probable que hayas llegado a una conclusión acerca de lo que es posible y de lo que no, hayas descartado los sueños que tenías cuando eras niño porque PIENSAS que son imposibles y hayas abandonado en tu empeño… ¡qué triste! Tuvo que ser duro para el timonel del gran Titanic, un barco que fue creado para desafiar a los dioses, ver la desolación que creó a su alrededor…
Imaginemos un niño de 5 años. A esa edad empiezan a querer ayudar a sus padres a hacer cosas y así sentirse útil y poderoso. Hoy Rubén ha pedido a su mamá ayudarle a poner la mesa. Su madre, aunque está un poco nerviosa por un evento que ha ocurrido en el trabajo, accede a su petición y pone entre las manos de Rubén un vaso de agua para que lo lleve a la mesa. Rubén quiere hacerlo tan bien y tener las felicitaciones de mamá que mide bien sus movimientos y se enfoca minuciosamente en el vaso de agua y que no se derrame ni una sola gota. Ya llegando a la mesa, tanto es el enfoque que Rubén está aplicando al vaso de agua que se desenfoca del hecho de que el filo de la alfombra puedes ser un obstáculo en su camino… se tropieza y derrama el agua sobre la alfombra… y su madre, que ha sido impecable con su palabra durante cinco largos años y ni siquiera se da cuenta de lo que dice porque está más en su pensamiento que en la realidad del aquí y el ahora, dice: “¡lo sabía!”… ¿Sabía qué? Se pregunta Rubén, que se siente triste y avergonzado… Si la historia quedara ahí, quizá las consecuencias no fueran muy poderosas pero si Rubén, dos años más tarde, va acompañando a su padre a cruzar por un paso de cebra, tal y como le han enseñado, pero al ser tan bajito aún, los coches aparcados en segunda fila no lo dejan ver… así que un coche que viene con prisas porque llega tarde, al ver aparecer inesperadamente a Rubén en el paso de cebra, frena en seco produciendo un gran estruendo en toda la calle. Su padre, lo que está sintiendo en realidad es miedo. Sin embargo, nadie le enseñó a gestionar esa emoción, que de hecho se vetaba para los hombres con opiniones del tipo “los hombres no lloran”, así que el padre de Rubén utiliza la única emoción que culturalmente estaba permitida para él cuando él fue educado: el enfado… y grita: “¡pero qué torpe!”… Rubén se pregunta de nuevo entre miedo y vergüenza, “¿será esto a lo que se refería mi mamá hace dos años?”… y entonces comienza un proceso para buscar evidencias de que sus padres tienen razón y estar, como dice el Dr. Miguel Ruiz en Los 4 acuerdos, “de acuerdo” con ellos. Y si tú quieres encontrar evidencia de algo, ¿puedes encontrarla?… ¡Toda la del mundo!… Rubén, que inició su creencia a través de dos opiniones que duraron cuatro segundos frente a siete años de vida, acaba concluyendo con que ES torpe. Y una persona que piensa que es torpe, ¿qué acciones toma?… ¡Torpes! Y ¿qué resultados tiene?… ¡Torpes! Y así puede emplear su vida autoconfirmando que ES una persona torpe, blindando su creencia a cualquier otra posibilidad y dejando fuera oportunidades que lo elevarían como un hombre poderoso y eficaz.
Es extremadamente relevante por tanto, si queremos que se dé un cambio en nuestros resultados, que distingamos entre “Conducta” e “Identidad”, que tengamos claro que cualquier conducta o resultado que estamos teniendo viene dado por nuestro sistema de pensamientos, creencias y valores y que eso, NADA, tiene que ver con quienes nosotros SOMOS, con nuestra identidad. Si queremos ver qué es lo que verdaderamente nos separa de nuestra verdadera identidad deberemos hacer un proceso de exploración profundo, siguiendo la metáfora del iceberg, ponernos unas gafas de bucear, una botella de oxígeno y un traje de neopreno y bajar hacia las profundidades del iceberg y descubrir cuáles son las interpretaciones, pensamientos y valores que conforman mi paradigma automático y que me ha llevado a alcanzar algunos resultados sí… y otros aún no. Una vez dejamos de llevar razón en lo que pensamos, generamos acciones distintas y, por tanto, resultados distintos. Romperemos así la locura según la definía Einstein: querer tener resultados distintos, haciendo <y pensando, diría yo> siempre lo mismo…
Alberto Ortega Cámara