LA CIUDAD DE LOS POZOS – ENROLAR VS. CONVENCER
Érase una vez una ciudad habitada por pozos. Los pozos se comunicaban como en el resto de ciudades del mundo: superficialmente. En el caso de esta ciudad de pozos, los habitantes lo hacían de brocal a brocal. Algunos pozos se habían afanado en desarrollar sus brocales ya que eran todo lo que tenían para compartirse con los demás. El mármol, la madera e incluso metales preciosos contrastaban con la austeridad de otros pozos más humildes con brocales de piedra o, incluso, convertidos en simples agujeros excavados en la superficie de la tierra.
En algún momento surgió una moda, probablemente copiada de alguna otra ciudad, posiblemente humana, que indicaba que lo importante no era los superficial, sino el contenido. Fue así como los pozos de la ciudad comenzaron a comunicarse de manera distinta. Decidieron aumentar su valor incorporando cosas en su interior. La mayoría de los conciudadanos comenzaron a seguir la idea y comenzaron a llenarse de cosas: joyas, arte, aparatos electrónicos y libros. En no mucho tiempo los pozos estaban repletos hasta no poder guardar nada más dentro de ellos. Fue así como comenzaron a ensancharse para seguir incorporando más cosas en su interior.
Uno de los pozos pensó que si seguían ensanchándose da tal manera, los bordes de unos y otros se confundirían y perderían su propia identidad. Fue por esto por lo que decidió, en lugar de ensancharse, hacerse más hondo. El pozo comenzó a profundizar y se dio cuenta de que para poder hacerse más hondo tenía que desprenderse de todo lo que, con gran trabajo, él y todos sus antepasados habían acumulado. Fue ahí donde una gran duda se cernió sobre él y tuvo miedo. Sin embargo su propósito fue mayor que su miedo y lo hizo. Libre de posesiones el pozo comenzó a profundizar mientras sus conciudadanos se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho.
Un día, mientras estaba en la tarea de profundizar, como ocurre a las personas que siguen los dictados de su corazón, tuvo una sorpresa muy favorable: ¡encontró agua!… Nunca ningún otro pozo había encontrado agua así que, agradecido de la sorpresa jugueteó con el agua del fondo salpicándola hacia fuera. La tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, comenzó a despertar: sus semillas brotaron en pasto, flores y tronquitos endebles que se convertirían en árboles después. La vida explotó en colores alrededor del pozo al que comenzaron a llamar “El Vergel”. Ante tanta vida, algunos otros pozos comenzaron a seguir la idea de profundizar, llegar al agua y salpicarla hacia afuera. La idea, a su vez, fue imitada por otros… y por otro… y otro… hasta que la nueva manera de vivir era evidente en aquella Ciudad de Los Pozos.
Sin embargo, el gran descubrimiento llegó cuando dos de los pozos que andaban en la tarea de profundizar se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos ¡era la misma!… Que el mismo río que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro… Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida, la que permite la comunicación profunda que encuentran aquellos que tienen la valentía de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar…
Versión del cuento “La ciudad de los pozos” de Jorge Bucay